¿Alguna vez hablaste con Dios y sentiste que nadie escuchaba?
Como esa mamá que dice: “Parece que le hablo a la pared…”.
Hay días donde la oración fluye…
Y hay otros donde sentimos que el cielo se volvió de hierro, que nuestras palabras no pasan del techo, como si hubiera una barrera invisible.
La vida cristiana se alimenta de prácticas básicas:
• La comunión con otros
• La lectura y meditación de la Palabra
• Y la comunión con Dios a través de la oración
No son prácticas “básicas” porque sean poco importantes.
Son básicas porque son la base de una vida espiritual sana.
Pero así como hay cosas que impulsan estas prácticas… también hay cosas que las estorban, las frenan, las intoxican.
Hoy vamos a hablar de una de estas prácticas esenciales: la oración.
Y vamos a exponer a los enemigos que pueden bloquearla y robarnos crecimiento espiritual.
El Rencor: Un Pesado Enemigo de la Oración
Jesús mismo nos deja claro que hay cosas que pueden impedir que nuestra oración avance. Y uno de los enemigos más comunes… es el rencor.
El rencor es un sentimiento profundo de enojo, resentimiento o dolor hacia alguien que nos lastimó. No es solo recordar la ofensa…
Es permitir que la ofensa nos siga moldeando.
Y acá viene lo fuerte:
Muchos cristianos dicen:
“Yo no tengo rencor, pastor. Soy cristiano, eso no me puede tocar.”
Sí, te puede tocar.
A todos nos puede tocar.
No significa que esté bien, solo significa que somos humanos.
Vivimos peleas, malos entendidos, decepciones, tensiones que atacan directamente nuestro corazón. Hasta personas que amamos pueden lastimarnos.
Y si no lo tratamos… esa herida empieza a generar patrones de pensamiento que nos llevan a la amargura y al aislamiento.
Nuestro cerebro aprende a defenderse:
• Evitamos lugares
• Evitamos personas
• Nos cerramos
• Nos aislamos
• Caminamos por la vida en piloto automático
Pero Dios no nos diseñó para vivir solos.
Somos seres relacionales.
Por eso Pablo confronta una situación en Filipos:
“Insto a Evodia y a Síntique a que resuelvan sus diferencias y se reconcilien.” — Filipenses 4:2 (MSG)
La reconciliación era tan urgente… que Pablo la escribió en una carta a TODA la iglesia. Porque el rencor entre dos personas afecta la atmósfera espiritual de todos.
El Rencor Cierra la Puerta del Cielo
Jesús lo dice con una claridad que incomoda:
“Porque si perdonan a otros sus ofensas, también su Padre los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan… tampoco su Padre los perdonará.” — Mateo 6:14–15
Y la versión MSG lo pone así:
“En la oración hay una conexión entre lo que Dios hace y lo que tú haces. No puedes obtener el perdón de Dios sin perdonar también a los demás. Si te negás a hacer tu parte, te desvinculás de la parte de Dios.”
Wow.
No es que Dios “no quiere” escucharte.
Es que cuando retenés rencor, te desconectás de la frecuencia del perdón.
El Rencor Te Aísla, y el Aislamiento Apaga tu Espíritu
El rencor no solo toca tu vida espiritual…
Toca tu salud emocional, tus relaciones, tu capacidad de confiar, tu comunión con Dios. Con el tiempo:
• Dejas de salir
• Evitás conversaciones
• Te cerrás al amor
• Te desconectás de la iglesia
• Te volvés selectivo para no ser herido
Pero esa “protección” se transforma en una prisión emocional.
Y Jesús quiere liberarte.
Dios Quiere un Corazón Libre para Poder Derramar Su Gracia
La oración no es una técnica.
Es una relación.
Y toda relación se debilita cuando hay murallas internas.
Hoy Dios quiere derribar una de esas murallas:
el rencor.
Dios quiere que vuelvas a orar con libertad, sin peso, sin sombras, sin nudos en el alma.
¿Qué hago con esto esta semana?
✔ 1. Identificá:
¿Hay alguien que todavía te duele?
Nombralo delante de Dios.
✔ 2. Renunciá:
Decile:
“Señor, renuncio a todo resentimiento. No quiero cargar esto más.”
✔ 3. Perdoná:
No es un sentimiento, es una decisión.
Las emociones van a llegar después.
✔ 4. Volvé a orar:
Volvé a intentar.
Volvé a hablar con Dios.
El cielo no está de hierro.
Solo necesitabas liberar tu corazón.
✔ 5. Acostumbrate a soltar rápido:
Hacé del perdón una práctica.
Una rutina.
Un estilo de vida.